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“Nunca desperdicies una buena crisis”

“A mí nunca me va a pasar” La gente suele decir, pero probablemente les pasará. Fueron dos veces en mi caso. Unos meses justo después de haber llegado a México en el 2009, perdí mi trabajo. Con el orgullo lastimado, pero joven y libre de compromisos financieros, me sacudí y fui en busca de nuevos aires. Una década después, llegó otro trancazo en la boca del estómago, como el tipo de golpe que vimos cuando Juan Manuel Márquez dejó a Manny Pacquiao boca abajo en el ring y con la audiencia sin habla. Para mi alivio, uso este famoso golpe solamente como una metáfora.


En enero del año pasado, recibí una llamada que se sintió como si fuera una estrella de lucha libre y me hubieran estrellado una silla en la espalda mientras yo estoy alegremente animando a la multitud. Después de dieciocho meses de una aventura internacional, con trabajo en diferentes partes de México, Estados Unidos, India y Polonia, nuestro contrato más grande fue interrumpido por un detalle legal fuera de nuestro control. Justo a punto de un evento importante, con China y Australia en la mira, perdí el trabajo de mis sueños, un trabajo que no solamente me permitía viajar alrededor del mundo, impactar en la vida de muchas personas, sino que también me pagaba por el placer de hacerlo. Esta vez fue mucho más que mi orgullo lo que resultó herido.


Si alguna vez te han dado un golpe sorpresa, sabrás que no te puedes preparar para el impacto… No hay manera de zafarse o escapar el golpe y el trancazo te deja viendo estrellitas como las que ve el Coyote, el más desafortunado personaje de las caricaturas. Mirando al cielo, me cayó el veinte de que mi principal fuente de ingresos se había desvanecido en el aire. Aunque sí tenía algunos ahorros, el estrés de pensar en cómo iba a proveer a mi familia me generó muchas noches de insomnio, y me encontré constantemente pensando en cómo iba a pagar la hipoteca, la colegiatura y las compras de la semana.


En este punto sería fácil pretender que todo estaba bien, pero ya soy lo suficientemente grande y maduro como para admitir que arrastré la cobija por alrededor de uno o dos meses, me dejé crecer la barba y vi más Netflix de lo que se considera sano. Enojado, decepcionado y sintiéndome terrible, más de una vez me senté en el sofá y dejé caer algunas lágrimas. Sin embargo, cuando es basta, es basta.


Y mi esposa con su característica honestidad, la cual siempre le he admirado, su vasta experiencia como coach de vida y sin miedo a expresar siempre lo que piensa, me dio en palabras decentes, una patada en el trasero. Me dio una gran dosis de amor rudo, del tipo que recibes por parte del doctor después de que por primera vez te da un sorpresivo ataque al corazón, y te cambia la mentalidad y te hace ver lo que te espera. Ya no podía permitirme regodearme en mi propia miseria, era hora de levantarme y darle la cara a lo que viniera y enfocarme en cómo me recuperaría de una decepción tan similar a la que había sufrido una década antes. El remedio que acordamos fue: Enfocarme en lo que podía hacer y no en lo que no podía hacer.


El mundo está en medio de una recesión económica que tiene muy pocos precedentes. El desempleo se está disparando por las nubes y la gente en todas las áreas está quedándose sin trabajo y preocupándose por cómo mantener a sus familias y llegar la quincena.


A corto plazo el panorama se ve lúgubre, pero a largo plazo la caída se ve como que sobrepasará cualquier cosa que hayamos visto antes. Con la desigualdad social extendiéndose cada vez más ampliamente y la pobreza llegando a puntos más altos. Mi pronóstico de economista de salón es que esto empeorará antes de que haya mejoría… pero sí mejorará.


El ya finado presidente de los Estados Unidos Harry Truman dijo una vez “la recesión es cuando tu vecino pierde su trabajo, la crisis es cuando tú pierdes tu trabajo”. Si sufrir mis propias crisis dos veces me ha dado algo, eso ha sido resiliencia y empatía. Mientras estoy estable ahora, he visto desde marzo a familia, amigos, vecinos y colegas entrar en sus propias crisis, unas peores que otras. Yo apoyo cada vez que puedo, ya sea compartiendo contactos, ofreciendo revisión de CV, a veces sólo dando algún consejo vía Zoom. Durante una crisis creo que esta empatía va más allá de lo que los demás imaginan. Y a la inversa, también puedo apreciar como la empatía puede ser recibida de mala manera.


Nosotros comúnmente sentimos qué las personas empáticas no siempre entienden el predicamento en el que estamos, pensamos que sus sugerencias nunca funcionarán, o incluso imaginamos que estamos siendo juzgados desde sus pedestales. Todas estas son respuestas normales y naturales, pero hay algunas que debemos aprender a romper.


Fue poco después de la Segunda Guerra mundial mientras se trataba de formar la Organización de las Naciones Unidas, cuando mi compatriota Winston Churchill, célebremente proclamó: “Nunca desperdicies una buena crisis”. El Reino Unido estaba de rodillas, bastante golpeado después de años de dolor en los que vieron como decenas de miles de hogares y familias fueron destruidos por los ataques aéreos. La infraestructura pública estaba en ruinas y el país entero vivía racionando el pan, la mantequilla, la carne y otros alimentos básicos limitados a lo justo para que cada familia subsistiera. Mi madre aún recuerda los tiempos de racionamiento, y esa es justo una de las razones por las cuales tomo mi té y café sin azúcar. En aquel entonces, una mercancía tan preciada no se desperdiciaba endulzando una bebida caliente. Aunque ahora el azúcar está en todos lados, creo que algunos viejos hábitos no mueren.


Churchill estaba en lo correcto, algo bueno resultó después de la crisis. El país se puso las pilas, se enfocó en sus fortalezas, desarrolló nuevas industrias y continuó jugando un papel importante en la economía global por las décadas que siguieron. Las cosas eran diferentes por supuesto, pero el mundo siguió girando. Muchos perdieron sus trabajos, pero el mundo siguió dando vueltas. Y lo mismo aplica hoy: cuando tú pierdes tu trabajo el mundo no se para súbitamente. El tiempo nos ha mostrado que todos los empleos y las compañías eventualmente desaparecen, mientras unos nuevos surgen y florecen. Algunas puertas se cierran y otras se abren: siempre habrá alguien contratando.

Mis propias crisis siguieron una tonada similar. De rodillas, sintiéndome golpeado y maltratado siempre era fácil jugar el rol de la víctima. Sin embargo, cuando cambié el enfoque a mis fortalezas y habilidades, muchos caminos increíbles y diversos aparecieron frente a mí. Siendo un calificado químico medicinal, por lo menos en papel, siempre me había imaginado a mí mismo escalando la escalera corporativa. Cuando fui botado de la escalera en el 2009, no podría haber imaginado lo que vendría a continuación.


Continuamente centrándome en la narrativa de lo que podía hacer, he encontrado maneras de aplicarme y agregar valor a otros. Siempre girando y progresando, he enseñado y examinado idiomas, he dirigido una escuela, dado conferencias académicas, he escrito y creado cursos en línea para miles de personas, he obtenido una maestría, me he convertido en Profesor universitario, he viajado por el mundo enseñando negociaciones y mejora a la experiencia del cliente, he construido mi propia consultoría de admisiones para graduados y comenzado un doctorado en educación. Es la pura diversidad de estos logros lo que me brinda la mayor de las satisfacciones.


Mi lección aquí no es acerca de los logros, sino de la mentalidad del sí se puede, tal como la de Richard Branson, un billonario que se hizo famoso por haber dejado la escuela a los 16 y haber fundado el grupo Virgin. Branson se volvió cariñosamente conocido por sus colegas como “El doctor sí”: si un cliente preguntaba algo, él siempre respondía con un sí. Muchas de las veces tenía que ir a investigar rápidamente y aprender qué hacer para entregar lo prometido. Aunque Branson empezó con una marca discográfica, él crearía una aerolínea, una compañía de telefonía celular, una estación de radio, una operadora de trenes, una compañía de bodas y una marca de refresco, entre otros numerosos emprendimientos. Algunos fallaron, pero unos nuevos siempre los reemplazaban.


La moraleja aquí es que, probablemente tu próxima oportunidad de trabajo no sea lo que estás esperando. Mis propias crisis de carrera se han convertido en oportunidades cuando me he atrevido a tomar el camino no explorado. Si perder tu trabajo se siente como una crisis, entonces sacúdete, di que sí y recuerda… nunca desperdiciar una buena crisis.


Escrito por: Tom Scott

Traducción Minerva Santaella



Tom Scott, MBA, tiene una ardiente pasión por crear y promover movilidad profesional. Es fundador y director de Audacia Admissions Advisory, una consultoría boutique de admisiones a graduados, cada año apoya a cientos de jóvenes profesionales alrededor del mundo, a acceder a los líderes en programas de maestría, MBA, LLM y otros. Con un amplio interés en educación ejecutiva, Tom es también un desarrollador organizacional y consultor de carrera en el sector corporativo, creando e implementando desarrollo de soluciones para compañías y clientes particulares. Actualmente es un doctorando de medio tiempo en la Universidad de Bath en el Reino Unido, dónde está investigando la promoción de mujeres en posiciones de alto liderazgo.












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